Aunque Sancho partió al amanecer, se tomó el viaje con tanta calma
que se le hizo de noche poco antes de llegar al castillo de los duques.
Al ver las primeras estrellas, se apartó del camino en busca de un
lugar donde dormir, pero, como la noche era muy oscura, no veía por
dónde iba, así que acabó cayendo en una honda sima de la que no
había forma de salir. El asno quedó patas arriba y empezó a quejarse,
y Sancho se puso a llorar y a dar gritos para que le ayudaran, aunque
fue como darlos en el desierto, porque por aquellos andurriales no
había ni un alma.
Pero dejemos a Sancho en su desgracia y sepamos qué le ocurrió a
don Quijote mientras duraba el gobierno de su escudero. Y es el caso
que el hidalgo añoraba tanto a Sancho, que se pasó la mayor parte de
los días caminando sin rumbo por el castillo y sus alrededores, con la
mirada perdida y la cabeza gacha. Pero no por eso los duques dejaron
de hacerle burlas para entretenerse a su costa. Y, entre otras cosas,
fingieron que en el palacio había una doncella que se moría de amor por
don Quijote, así que el caballero sufrió lo indecible, pues no quería
lastimar a la muchacha pero tampoco podía hacerle un hueco en su
corazón, que estaba ocupado de medio a medio por la altísima Dulcinea.
Y otro día le metieron en su cuarto una legión de gatos furiosos, que
saltaron sobre las narices de don Quijote y le dejaron la cara acribillada,
por lo que el pobre tuvo que pasarse ocho días en la cama, con la cabeza
vendada desde la nuez de la garganta hasta la punta de los cabellos. En
fin, que el buen caballero recibió en pocos días más arañazos, puñadas,
pellizcos y alpargatazos que en toda su vida, aunque él siempre pensó
que todo eran fechorías de algún maligno encantador.