Lección de 10º M: no codiciarás bienes ajenos

El estado de inocencia en el que fue creado el hombre suponía la mente sometida a Dios, las potencias inferiores a la razón y el cuerpo al alma. El pecado trastornó esa armonía privilegiada y se desataron las pasiones, produciendo un conflicto interior de desorden y tensión; también en el uso de los bienes materiales que el hombre necesita para subsistir y desarrollar su vida en la tierra. Y con frecuencia el hombre pierde la conciencia de su dignidad; lo que debía ser equilibrio se convierte en desenfreno. Olvida que él vale más que las cosas, y se pega a las cosas -no se contenta con lo necesario y suficiente-, dando lugar a la codicia, que degrada a la persona.

    La avaricia se explica en el pagano, que no tiene otra esperanza que los bienes caducos; pero no tiene sentido en el cristiano, que vuela con su esperanza teologal más allá del tiempo y de las cosas efímeras de este mundo. La meta del cristiano es Dios y la gloria del cielo; no se contenta con menos. Como la avaricia se traduce tantas veces en el robo y usurpación de los bienes del prójimo, este precepto trata de ordenar la raíz interior de esos pecados y prohíbe codiciar los bienes ajenos.

Duración: 10 minutos

La avaricia, raíz de todos los males

   Para contrarrestar la avaricia de los amadores de este mundo, escribe San Pablo: «Nada trajimos al mundo y nada podemos llevarnos de él. En teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estamos con eso contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas, que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia, y muchos, por dejarse llevar de ella, se extravían en la fe y a sí mismos se atormentan con muchos dolores» (1 Timoteo 6,7-10).

    La lección de sensatez del Apóstol no significa que no haya que desarrollar -con el ingenio y el trabajo- las posibilidades económicas que ayudan a ejercer la libertad y a promover la familia -y también a promover el bienestar  de los demás suscitando empresas, riqueza y trabajo, en beneficio de los conciudadanos-; significa sólo que el hombre no puede esclavizarse sometiéndose a bienes efímeros, porque él es más y vale más. Y, por supuesto, que la codicia y envidia de bienes ajenos, que conduce a la apropiación ilegítima de lo que no es suyo, debe ser combatida y dominada.

Conformidad con lo que Dios nos da

   El corazón se identifica con lo que ama, y, si ama irrefrenadamente bienes materiales, se hace materia -cosa-,  reduciendo sus aspiraciones al poco bienestar material de algunos años, no exentos de zozobra e inquietud ante los riesgos. Al contrario, la conformidad con los bienes y riquezas que Dios da -y con los que honradamente se pueden adquirir- hace feliz; la codicia y la envidia de lo que no se posee es lo que no hace feliz a nadie. Y si el deseo de tener bienes y luchar por conseguirlos con medios lícitos y fin honesto, es bueno y agrada a Dios, el deseo desordenado o codicia le ofende, lo mismo que degrada al hombre.

Qué prohíbe el décimo mandamiento

   El décimo mandamiento prohíbe la avaricia o deseo desordenado de riquezas, y también el deseo de cometer una injusticia que dañaría al prójimo en sus bienes temporales.

    Prohíbe además la envidia o tristeza que produce el bien del prójimo, con deseo desordenado de poseerlo y apropiárselo aunque sea de forma indebida. De esta envidia -que suele proceder del orgullo- nacen el odio, la maledicencia y la calumnia. Es preciso combatir un  pecado capital del que nacen tantos males, y se consigue con la benevolencia, la humildad y el abandono en la providencia de Dios.

El desprendimiento de los bienes de la tierra

   Cuando el hombre tiene entera su conducta moral, es decir, cuando impera la ley de Dios en el corazón, sobresale el desprendimiento de los bienes creados, porque el amor de Dios lo domina todo. Se percibe con fuerza aquello del Evangelio: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5,3). Por eso, el cristiano ha de orientar sus deseos en la línea de la esperanza teologal, para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no impida -en contra del espíritu de pobreza evangélica- buscar el amor perfecto.

La lucha contra el apego a los bienes terrenos

   El Evangelio exhorta a la vigilancia, y este campo requiere una particular atención, porque el apego a los bienes desplaza a Dios y desorienta la vida. El remedio está en fomentar el deseo de la felicidad verdadera, que se alcanza -aquí- viviendo en gracia de Dios por encima de todo; y después -en plenitud- en el cielo, viendo a Dios y gozando de Dios. La esperanza de que veremos a Dios supera toda felicidad. Y para contemplar y poseer a Dios hay que mortificar la concupiscencia  con ayuda de la gracia de Dios, venciendo la seducción del placer y del poder.

Hay que amar y cumplir los diez mandamientos

   El décimo mandamiento desdobla y completa el noveno. Al prohibir la codicia del bien ajeno ataca la raíz del robo, de la rapiña y del fraude, Prohibidos en el séptimo mandamiento. Si no se domina la concupiscencia  de los ojos se llega a la violencia y a la injusticia, prohibidos en el quinto precepto. La codicia tiene su origen, como la fornicación, en la idolatría condenada en los tres primeros mandamientos de la Ley. El décimo mandamiento se refiere a las intenciones del corazón; resume, con el noveno, los diez mandamientos de la ley de Dios.

    Al terminar este estudio de los mandamientos se advierte que, efectivamente, son un regalo de Dios al hombre. Jesucristo enseñó a cumplirlos y proclamó las bienaventuranzas para saber el espíritu con que hay que cumplirlos. Los mandamientos señalan el camino del cielo de forma clara y sencilla. Muestran cómo amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo por amor a Dios.

Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Navarra. 1982. Con la autorización de los autores.


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9. El mayor bien en la tierra es vivir en...
10. Los mandamientos señalan el camino del...
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