Camino de su casa, don Quijote les contó al cura y al bachiller que
había caído derrotado en Barcelona y que debía permanecer en la
aldea durante todo un año. Y luego añadió:
-¿han leído vuestra mercedes esos libros en que aparecen unos
pastores que suspiran y cantas coplas de amor en la soledad de
los bosques?
El cura y el bachiller asintieron, sin saber adónde iría a parar don
Quijote.
-Pues he decidido que en este año -dijo el caballero- me dedicaré a
ser pastor con el nombre de Quijótiz y cantaré al son de un laúd y
derramaré mil lágrimas por mi amada. Sancho me prometido que se
vendrá conmigo, y nos gustaría que vuestras mercedes nos
acompañasen.
-Por supuesto que lo haremos -contestó el cura mientras maldecía
por dentro aquella nueva locura de su vecino.
Con esto llegó don Quijote a su casa, donde ya le esperaban su
sobrina y su criada. Apenas las vio, el caballero les dijo:
-Ay hijas, llevadme a la cama, que no vengo muy bueno.
Y es que regresaba tan y tan triste por saberse vencido, que acabó
cayendo enfermo. Deis días se pasó en la cama con unas fuertes fiebres,
en los que Sancho no se separó de su lado ni un momento. El bachiller, el
cura y el barbero trataban de animarlo diciéndole que muy pronto todos
irían al campo a hacer de pastores. Pero, como don Quijote no mejoraba,
tuvo que visitarlo el médico, que le tomó el pulso y dijo consternado:
-Cuide, señor, de la salud de su alma, que estas penas que le llenan el
corazón se lo van a llevar por mal camino.