Lección de 13. Trabó combate con un vizcaíno

   –Enderécese, señor -le decía Sancho-, que va de medio lado, aunque
deber de ser por el dolor de la caída.
   -Lo que más me duele no son los golpes, sino el destrozo de la lanza,
porque un caballero sin armas es como un cielo sin estrellas. Así que
si encuentras una rama gruesa a la vera del camino, dámela, Sancho,
que encajaré en ella la punta de mi lanza para tenerla a punto si llega
otro combate.
   Aquella noche la pasaron entre unos árboles, y don Quijote arregló
su lanza tal y como había dicho. Sancho durmió de un tirón hasta el
amanecer, pues se había bebido más de media bota de vino mientras
cenaba con lo que llevaba en sus alforjas. En cambio, don Quijote no
probó bocado, y se pasó toda la noche despierto, pensando en Dulcinea.
   Al día siguiente, siguieron buscando aventuras, y don Quijote trabó
combate con un vizcaíno porque lo confundió con un encantador que
había raptado a una princesa. Y, aunque venció en la batalla, recibió
un espadazo brutal en la cabeza que le rompió el casco y le rebanó media
oreja. Sancho curó a su amo como mejor supo, pero don Quijote no
paraba de decir que el mejor remedio era el bálsamo del gigante Fierabrás.
   -¿Y qué bálsamo es ese? -preguntó Sancho.
   -Uno con el que no hay que tener miedo a las heridas ni a la muerte.
Porque, si algún caballero me partiera el cuerpo en dos, lo único que
tendrías que hacer es colocar la parte que haya caído sobre la que siga
en pie antes de que la sangre cuaje, encajar con cuidado las dos mitades
y darme un trago del bálsamo. Y aya verás como en un santiamén volveré
a estar más sano que una manzana.

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