-Si eso es así -dijo Sancho Panza-, deme la receta, que yo venderé el
bálsamo de pueblo en pueblo y me haré rico en menos que canta un
gallo.
-La receta la guardo en la memoria, amigo Sancho, y lo único que
siento es no tener los ingredientes a mano para preparar el bálsamo
ahora mismo.
Aquella noche, cenaron en las chozas de unos cabreros, que les
ofrecieron buena carne y mejor vino. En cambio, al día siguiente no les
fue tan bien, porque Rocinante se empeñó en coquetear con unas jacas
que no tenían ganas de amores. Los dueños de las yeguas lo apalearon
con unas estacas y, cuando don Quijote y Sancho salieron a vengar la
ofensa, acabaron tan malheridos como el propio Rocinante.
-¡Ah, señor don Quijote! -decía Sancho desde el suelo sin poder
moverse-, ¿por qué no me da un trago del brebaje del Feo Blas?
-Se dice bálsamo de Fierabrás -respondió don Quijote con una voz
doliente que parecía de mujer-, y ojalá lo tuviera a mano. Pero no
tengas pena, Sancho, que antes de dos días lo prepararé y se acabarán
todos nuestros males.
Al final, Sancho Panza sacó fuerzas de donde no las tenía y se puso en
pie, aunque caminaba más curvado que un arco. Levantó a don Quijote,
lo atravesó sobre el desventurado Rocinante y luego siguieron su camino
entre suspiros de tristeza y quejas de dolor.