Lección de 20. Confunde un rebaño con un ejército

   «¡Malditas aventuras que no son más que desventuras!», se decía Sancho
cuando llegó junto a su amo. Llevaba muchos días recibiendo palos y más
palos sin que la ínsula de sus sueños asomase por ninguna parte, y tenía más
ganas de volver a su aldea que de ser gobernador. Sin embargo, decidió seguir
adelante, y fue como tirar por el camino de la desgracia, pues aquella misma
mañana don Quijote confundió a un rebaño de ovejas con el ejército de un
emperador moro que se llamaba Alifanfarón y odiaba a los cristianos.
   -¿Pero no ve que es un rebaño? -le decía Sancho-. ¿Acaso no oye los balidos?
   -Eso no son balidos -respondió don Quijote-, sino tambores y trompetas que
suenan en son de guerra.
   Decidido a castigar a las tropas del soberbio Alifanfarón, don Quijote
arremetió con su lanza contra las ovejas hasta que mató a más de siete y
malhirió a otras tantas. Viendo que aquel loco no iba a dejarles un solo animal
con vida, los dueños del rebaño empezaron a apedrear a don Quijote para que
se marchase, y guijarro a guijarro, le machacaron los dedos, le hundieron dos
costillas y le rompieron tres o cuatro dientes.
   -Dame el bálsamo, Sancho -dijo don Quijote cuando acabó la granizada-, que
ahora lo necesito más que nunca.
   Sancho le acercó la aceitera, y su amo se bebió de un solo trago todo lo que
quedaba en ella.
   -Ahora mírame bien la boca -añadió don Quijote- y dime cuántos dientes me
quedan, porque creo que he escupido lo menos dos.

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