Solo Dort vio esta otra intervención del duende Huel.
En un rincón del aula estaba la papelera. Los alumnos depositaban en ella los papeles que desechaban. Normalmente la clase se mantenía siempre limpia.
Pero, como a los niños les gusta jugar con todo, descubrieron que la papelera podría servir de canasta de baloncesto. Con el papel desechable hacían una bola y, sin moverse de su puesto, la lanzaban por el aire, par intentar hacer canasta. Si, rara vez, la bola de papel, cruzando de un lado al otro del aula, caía dentro de la papelera, los demás gritaban: ¡triple!; si era desde cerca murmuraban: ¡dos! La papelera se había convertido en motivo de distracción, y el suelo del aula empezó a llenarse de papeles. El paciente maestro no podía dar la clase con normalidad.
Es cuando el duende Huel vino en su ayuda. Se ocultó en la papelera y, sin que nadie lo viera, despejaba a manotazos las bolas de papel que le lanzaban. Ya nadie conseguía encestar a distancia.
Dort fue el único que, adivinando la intención del duende, se acercó a la papelera con la bola de papel y la depositó en ella. Huel entonces le guiñó el ojo y la dejó caer dentro.
Los demás alumnos siguieron el ejemplo de Dort, y ya nadie más gritó ¡triple! ni ¡dos!. El aula volvió a estar limpia y el maestro pudo desarrollar la clase con normalidad.