Lección de 23. La campanilla

El maestro tenía sobre la mesa de la escuela una campanilla de plata. Era muy pequeña y de sonido agudo, pero suave y agradable. La tocaba para llamar la atención de los alumnos, cuando se ponían revoltosos. Ellos, al oír su dulce sonar, se quedaban quietos y absortos, mirando cómo la campanilla se agitaba en los dedos del maestro.

   Pero si les encantaba oírla, el tocarla era como una obsesión. El maestro lo sabía y, si tenía que ausentarse de clase, siempre se la llevaba consigo. Un día se le olvidó cogerla y todos corrieron a la mesa para hacerla sonar a capricho.

   – ¡A mí! ¡Ahora a mí! ¡Déjamela a mí! ¡ A mí, a mí!

   Así gritaban todos, quitándosela unos a otros de las manos. La campanilla no sonaba. Solo veía el fugaz destello de su brillo entre muchos dedos. Se peleaban por hacerla sonar, pero ella no lanzaba al aire su agradable sonido.

   Fue Dort el que dio la voz de alarma:

   – ¡La campanilla se ha vuelto muda!

   Se quedaron pasmados. El que, en aquel momento, la tenía en la mano, la volvió boca arriba, y todos vieron que no tenía lengua. Era verdad. la dejó inmediatamente sobre la mesa, y se sentaron en sus sitios, esperando atemorizados que llegara el maestro. Llegó. Al sentarse el maestro a la mesa, la campanilla se tambaleó, cayó de lado, describió un giro sobre su aro y le mostró su boca vacía. Los sostenían el aliento asustados. Suspiraban tranquilos, cuan do el maestro la volvió a poner de pie, sin darse cuenta de que la campanilla había perdido la lengua. Pero la campanilla volvió a tambalearse, cayó y giró de nuevo sobre sí misma. Nuevo susto de todos. Otra vez el maestro la levantó. La campanilla, resignada, se mantuvo quieta, y los alumnos también, para que el maestro no la tuviera que usar.

   En silencio riguroso pasaron la mañana, y salieron al recreo. Los chicos amaban a la campanilla y les daba pena que se hubiera quedado muda;  pero, al mismo tiempo, temían que el maestro supiera cuál había sido la causa. Hablaban entre ellos, y pudo más el amor que el miedo. Decidieron que Dort dijera al maestro la verdad, nada más reanudar la clase.

   A medida que iban entrando bien ordenados al aula, miraban a la mesa. La campanilla allí estaba, pero había cambiado de color, Ahora era dorada. Se sentaron sorprendidos. El maestro aún no había llegado. La campanilla se elevó de repente por el aire y empezó a hablarles con un tintineo dulce:

   – Tenéis corazón de oro, tengo corazón de oro, tenemos corazón de oro.

   Se posó sobre la mesa, y todos los alumnos empezaron a aplaudir. En esto, entró el maestro. Tomó la campanilla para poner silencio, y ella, agitándose suavemente en sus dedos, siguió diciendo:

   – Tenéis corazón de oro, tengo corazón de oro, tenemos corazón de oro.

   Samuel Valero

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