-¡Aventura tenemos, Sancho! -dijo don Quijote-. Porque aquel caballero
que viene por allí trae en la cabeza el yelmo de Mambrino, con el que
podré sustituir el casco que me rompió aquel escudero de Vizcaya.
Hacía mucho tiempo que don Quijote soñaba con conquistar el yelmo
del moro Mambrino, un casco maravilloso del que los libros decían que
volvía invencible a quien lo usaba. Pero el hombre que venía por el
camino no era más que un barbero, y lo que llevaba en la cabeza era la
bacía con que afeitaba a sus clientes. Se la había puesto en la cabeza para
no mojarse el sombrero con la lluvia, y, como la bacía era de hojalata y
estaba muy limpia, relumbraba desde lejos como si fuese de oro.
-Abre bien los ojos, Sancho -dijo don Quijote-, porque ahora mismo me
verás conquistar el yelmo de Mambrino.
Y, sin decir nada más, galopó contra el barbero dispuesto a atravesarlo
con su lanza.
-¿Entrégame ese yelmo a morirás! -le decía.
El barbero, que, sin comerlo ni beberlo, vio a aquel fantasma cayéndole
encima, saltó de su burro y echó a correr por el camino más ligero que el
viento, En la huida, perdió la bacía, que don Quijote recogió del suelo para
ponérsela en la cabeza, Y, como le costaba encajársela, dijo:
-Sin duda que el rey moro que mandó que mandó que le hicieran este
yelmo debía de tener una cabeza enorme.