La pequeña María estaba muy cansada, pero no podía dormirse…
No conseguía dejar de pensar en su Cascanueces…
Pasó el tiempo y, de pronto, le pareció oír un ligero ruido.
María se puso sus zapatillas, salió de su cuarto y entreabrió la puerta del salón.
Todos los juguetes habían cobrado vida y bailaban alrededor del Árbol de Navidad. María no se atrevió a decir nada, se quedó allí, inmóvil, en un rincón, disfrutando del maravilloso espectáculo.
Poco a poco, y sobre la música que animaba el baile de los juguetes, empezó a escucharse, primero un rumor muy apagado y luego ruido como de diminutos piececillos que corrían de un lugar a otro, al mismo tiempo que asomaba por el hueco de la chimenea y por detrás del armario el resplandor de muchas lucecitas. Pero no, no eran luces, eran pequeños ojos, pequeños ojos muy brillantes. María advirtió que de todos los rincones del salón salían ratoncillos, que se dirigían rápidamente hacia debajo de la mesa.
Allí, iban colocándose en formación, como Federico solía colocar a sus soldados cuando los preparaba para alguna batalla.
De pronto, y dando un grito, hizo su aparición un enorme ratón de colar gris oscuro, que llevaba sobre la cabeza una pequeña corona dorada. Rea el Rey de los Ratones.
– ¡Vamos a la lucha! -gritó el Rey Ratón, colocándose al frente de sus ejército.
Los ratones se pusieron en movimiento, dirigiéndose hacia el lugar donde se encontraban los juguetes, sin hacer caso de María, que estaba muy asustada, pegada a una pared.
Cascanueces. Encarnación M. Vilariño. Ed. Marpol