Al oír don Quijote llamaba yelmo a la bacía, Sancho no pudo
aguantarse la risa.
-¿De qué te ríes, Sancho?
-De lo mucho que se parece ese yelmo a una bacía.
-Eso es porque algún ignorante, no sabiendo el tesoro que tenía
entre manos, lo ha transformado en bacía, pero yo llevaré este yelmo
a un herrero y me lo arreglará. Y, mientras tanto, me lo dejaré puesto,
y me librará la cabeza de más de una pedrada.
En esto, Sancho se fijó en el burro del barbero y, viendo que llevaba
una buena albarda, le preguntó a su amo si podía quedársela a lo que
respondió don Quijote:
-Sobre las albardas del enemigo las leyes de la caballería no dicen
nada, pero quédate con esa si es tu gusto.
Así que Sancho tomó la albarda y se la puso a su borrico, que quedó
de lo más lindo. Y, cuando volvieron al camino, le dijo a su amo:
-¿Sabe que he pensado hace un momento, cuando lo veía luchar
contra el del yelmo de Martino?
-Mambrino, Sancho, se dice Mambrino.
-Martino o Mambrino, lo que he pensado es que tiene vuestra merced
la peor figura del mundo, por lo que muy bien podría llamarse el
Caballero de la Triste Figura.
-El Caballero de la Triste Figura… -dijo don Quijote paladeando las
palabras-. Me parece bien, Sancho, de modo que a partir de ahora me
llamaré así, como otros se han llamado el Caballero del Unicornio o el
Caballero de la Ardiente Espada.