Se pararon frente a un puesto de tiro al blanco, gritando, para que el hombre les dejara probar suerte- Perico se acordó entonces del dinero para el autobús, y se acercó al mostrador. Extendió la mano con sus monedas y al hombre le brillaron las gafas. Tomó una flecha y un arco y se la dio.
– Puedes probar suerte por una sola vez.
Los pilletes le rodearon; le daban con el codo y le deslizaban muchos consejos en el oído. Él temblaba y sentía una emoción muy grande. Entre los premios había botellas, collares, osos de felpa y muchas otras cosas. Nada de aquello le gustaba, pero descubrió unas letras de oro que decían: ISLA.
– ¿Isla? -preguntó.
– Sí. Es el Gran Premio.
¿Qué debo hacer para ganarlo?
Esa es la diana más difícil. Si das en el blanco que se mueve siempre, que nunca se está quieto… Sí. Ganarás una isla.
Perico dio un grito de alegría:
– ¡Siempre quise una isla para mí!
– ¡Se mueve! -decían los golfillos en su oído-. ¡Hace trampa!
– Bien, hago trampas, y el que nunca la hizo dará dará en el blanco.
Contestó enojado el hombre del puesto.
Los pilletes callaron y bajaron la cabeza, porque estaban llenos de trampas y nunca ganarían la isla. Perico se sintió muy seguro.
Apuntó y le temblaban las manos. La flecha salió disparada y dio en el blanco.
Súbitamente, dispersándose, los golfillos huyeron. Perico miró a su alrededor, asustado. Allá, por el cielo, huía un tropel de golondrinas. No había hombre en la feria. El frío había cesado.
Del mar surgía la isla. Era de oro y tenía árboles y pájaros.
Ana María Matute