«Corza» se mostraba intranquila y miraba hacia su hija: la presencia de los niños la encelaba. Un momento después la burrita recién nacida, con cómicos esfuerzos, se ponía de pie, se balanceaba como si fuese a caer, y se dirigía torpemente hacia su madre. La «Corza» se ladeó, y tras un instante, la nueva inquilina del establo mamaba. Los niños rompieron a aplaudir.
– ¡Mirad! -chilló repentinamente la niña, acercándose a la burrita-: ¡Tiene una estrella en el hombro!
Todos se acercaron. La burrita tenía un lunar más claro al final del cuello sobre el antebrazo izquierdo.
– Es la primera vez que veo una estrella ahí en un asno -dijo Santos.
– Y yo -reconoció don Vidal.
– ¿No se le quitará con el pelo nuevo? -preguntó Quiteria.
– ¡Viva mi burra! -gritó la niña dando palmadas y saltos. Y trató de acercarse a darle un beso, pero la «Corza» se intranquilizó y hubo de renunciar. Mientras la burrita mamaba, su madre la iba secando a lengüetazos.
– Va a ser la burra torda más guapa de España -dijo Santos.
– Y ¿cómo la vas a llamar? -preguntó entonces Nano.
– Non -repuso en seguida la niña.
– Es bien feo -dijo Nano.
– ¿Non? -preguntó Quiteria- ¡Que nombre tan raro! No lo he oído nunca.
– Pues como a ser la burra más guapa de España y tiene un lunar donde no lo tiene ningún burro, pues no tiene par -dijo la niña-. Y cuando no hay pares, pues hay nones. Rieron.
– Pues si fuera burro y fuese mío y con esa estrella ahí -dijo Nano-, yo le llamaría «Sherif».
La nueva burrita, cansada de su primer biberón, abandonó la ubre y entonces su madre aprovechó para seguir secándola por delante. Le lamía los ojos, las orejas, las naricillas. Era como si la besara.
– ¿La podré tocar pronto? -preguntó la niña.
– Habrá que esperar a que la madre comprenda que no le queremos hacer daño. Ahora -dijo don Vidal empujando a los niños suavemente hacia la puerta- es menester que descansen. Al mediodía podréis venir a verlas.
José María Sánchez Silva.