Lección de 33. Don Quijote leyó la carta a Sancho

-Cuida lo que dices, Sancho, que para mí Dulcinea vale tanto como la
más alta princesa de la tierra. Y poco me importa que no sea de alto
linaje, porque yo la pinto en mi imaginación como deseo.
   -¡Y hace muy bien! -concluyó Sancho-. Pero no hablemos más y
póngase a escribir.
   Don Quijote se aparó un poco para redactar las cartas a solas, y luego
le dijo a Sancho que iba a leerle la de Dulcinea por si perdía el librillo
durante el viaje.
   -No vale la pena, señor, porque tengo tan mala memoria que a veces
me olvido hasta de cómo me llamo. Pero de todas formas léamela, que
me gustará oírla.
   Don Quijote leyó la carta, y a Sancho le pareció que era lo más sentido
que había oído en todos los días de su vida.
   ¡Cómo escribe vuestra merced! -dijo-. ¡¡Si sabe más que el diablo!
Pero ahora escríbale a su sobrina por lo de los pollinos.
   En cuando don Quijote acabó la segunda carta, Sancho montó en su 
borrico para ponerse en seguida en camino, pero su amo le dijo que 
aguardase un momento:
   -Espera, Sancho, que voy a darme unos cuantos cabezazos contra esas
peñas para que puedas contarle a Dulcinea las locuras que hago por ella.
   -No es necesario, señor, que yo le diré que se ha dado mil cabezazos
contra una roca más dura que el diamante.
   -Entonces espera al menos a que haga dos docenas de locuras.
   – Le digo que no se moleste, señor.

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