– ¡Dort, a la pared! -dijo el maestro, interrumpiendo la explicación que estaba dando a los alumnos.
Dort se había levantado de su sitio para quitar bruscamente una goma de borrar a un compañero que antes le había quitado a él la regla.
Le vinieron ganas de protestar al maestro, pero se calló y, manifiestamente enfadado, se fue al rincón de la clase por el que todos pasaban, cuando eran castigados a la pared. Se puso de espaldas a sus compañeros y metió la cabeza en el rincón. Estaba desahogando su enfado, cuando oyó que el rincón le hablaba:
– ¿No lloras?
– No lloro, porque el maestro me ha castigado sin motivo.
– ¿Sin motivo?
– La culpa ha sido del otro.
– Del otro y tuya también. ¡Llora un poco!
– Estoy enfadado contra el maestro y contra mi compañero, pero no estoy arrepentido para llorar.
– Otros lloran de rabia. ¡Anda, llora un poco!
Dort estaba rabioso, y, sin saber por qué, le vinieron las lágrimas. Se restregaba los ojos con los puños para quitárselas, y se secaba las manos en el pantalón.
– Es bueno llorar -oyó que le decía el rincón.
– ¿Por qué?
– No lo sé. Tal vez es que la rabia se va con lágrimas. He visto a tantos niños llorar aquí y dejar luego el enfado… Dejar el enfado y reconocer luego su culpa. Sigue llorando y verás después que el maestro tiene razón.
Dort lagrimeó un poco más, acabó por serenarse y habló con el rincón:
-Pero es verdad que mi compañero me quitó la regla.
– No es razón para quitarle tú a él la goma -le dijo el rincón.
– ¿Y si no me la devuelve?
– Prueba, devolviéndole la goma tú.
– Bueno. Lo haré.
– Piensa que no te ha castigado el maestro por lo de la goma y la regla, sino por levantarte y molestar la atención de la clase -le aclaró el rincón.
– ¡Es verdad! -cayó en la cuente Dort.
En este momento, oyó la voz del maestro:
– ¡Dort, a tu sitio!
Y Dort se fue la mesa del maestro para pedirle perdón. Se sacó la goma del bolsillo y, al pasar junto a él, la entregó a su compañero. Éste le devolvió la regla y siguieron siendo amigos, gracias al rincón de los castigos.