Lección de 35. El rincón de los castigos

– ¡Dort, a la pared! -dijo el maestro, interrumpiendo la explicación que estaba dando a los alumnos.

   Dort se había levantado de su sitio para quitar bruscamente una goma de borrar a un compañero que antes le había quitado a él la regla.

   Le vinieron ganas de protestar al maestro, pero se calló y, manifiestamente enfadado, se fue al rincón de la clase por el que todos pasaban, cuando eran castigados a la pared. Se puso de espaldas a sus compañeros y metió la cabeza en el rincón. Estaba desahogando su enfado, cuando oyó que el rincón le hablaba:

   – ¿No lloras?

   – No lloro, porque el maestro me ha castigado sin motivo.

   – ¿Sin motivo?

   – La culpa ha sido del otro.

   – Del otro y tuya también. ¡Llora un poco!

   – Estoy enfadado contra el maestro y contra mi compañero, pero no estoy arrepentido para llorar.

   – Otros lloran de rabia. ¡Anda, llora un poco!

   Dort estaba rabioso, y, sin saber por qué, le vinieron las lágrimas. Se restregaba los ojos con los puños para quitárselas, y se secaba las manos en el pantalón.

   – Es bueno llorar -oyó que le decía el rincón.

   – ¿Por qué?

   – No lo sé. Tal vez es que la rabia se va con lágrimas. He visto a tantos niños llorar aquí y dejar luego el enfado… Dejar el enfado y reconocer luego su culpa. Sigue llorando y verás después que el maestro tiene razón.

   Dort lagrimeó un poco más, acabó por serenarse y habló con el rincón:

   -Pero es verdad que mi compañero me quitó la regla.

   – No es razón para quitarle tú a él la goma -le dijo el rincón.

   – ¿Y si no me la devuelve?

   – Prueba, devolviéndole la goma tú.

   – Bueno. Lo haré.

   – Piensa que no te ha castigado el maestro por lo de la goma y la regla, sino por levantarte y molestar la atención de la clase -le aclaró el rincón.

   – ¡Es verdad! -cayó en la cuente Dort.

   En este momento, oyó la voz del maestro:

   – ¡Dort, a tu sitio!

   Y Dort se fue  la mesa del maestro para pedirle perdón. Se sacó la goma del bolsillo y, al pasar junto a él, la entregó a su compañero. Éste le devolvió la regla y siguieron siendo amigos, gracias al rincón de los castigos.

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