Lección de 36. La historia del conejito Tawots

Esta es la historia de un conejo, que contó un  piel roja a un muchacho que vivía cerca de un poblado indio.

   «Tawots» es el nombre indio del conejo.

   Hace muchísimos años, Tawots no era pequeño como ahora, sino al contrario, era el animal más grande de todos los animales de cuatro patas, y el más cazador.

   Tenía por costumbre salir a cazar cada mañana al despuntar el día, en el mismo instante en que se asomaban los primeros rayos del sol. Pero cada mañana encontraba por el camino unas huellas muy grandes.

   Esto le enfurecía, pues su orgullo era tal que no quería que nadie se le adelantara en la caza.

   Y se preguntaba: ¿Quién podrá ser el que salga a cazar antes que yo y deje estas huellas tan enormes?

   – Debe ser alguien que quiere avergonzarme.

   – Chiiist… Chiist.. -decía su mamá-. No hay nadie más grande que tú.

   – Sí, es verdad -contestaba Tawots-, pero hay algunas grandes huellas por el camino y quiero saber de quién son.

   Cada día el conejo se levantaba más temprano para averiguar de quién eran las gigantescas huellas, pero era en vano, cada mañana estaban allí.

   Un buen día pensó: Basta ya, voy a preparar una trampa para saber de quién se trata, quiero saber quién es ese animal que se atreve a cazar antes que yo.

   Tawots era un conejo muy mañoso; preparó una trampa con la cuerda de su arco, la colocó en medio del camino y se marchó a su casa.

   A la mañana siguiente, Tawots muy impaciente por saber cuál era su presa, marchó rápidamente hacia el lugar, y… ¡cuál fue su sorpresa!

   No podía creer lo que sus ojos estaban viendo. ¡El Sol! ¡El Sol estaba allí, preso! ¡Había atrapado al Sol!

   A su alrededor todo ardía debido al gran calor que de él emanaba.

   El conejo preguntó:

   – ¿Eras tú el que dejaba las grandes huellas en mi camino?

   – Sí, era yo -contestó el Sol-, pero date prisa en desatarme, si no quieres que toda la tierra arda.

   Tawots se dio cuenta del peligro que se avecinaba, sacó su cuchillo muy rápido y corrió a cortar la cuerda, pero el calor era tanto, que el conejo saltó hacia atrás antes de haber podido cortar la cuerda. Intentó de nuevo acercarse al Sol, pero el fuerte calor había disminuido el tamaño de su cuerpo.

   La tierra había empezado a arder y el humo subía, subía hacia el cielo.

   – ¡Vuelve! ¡Vuelve! -le gritaba el Sol-. ¡No me dejes!…

   Tawots intentó de nuevo acercarse al Sol para poder cortar la cuerda, pero el calor era tan fuerte que el cuerpo del conejo quedó reducido a la cuarta parte de su tamaño.

   – ¡Vuelve a probar! -gritó el Sol!-. ¡Rápido, si no toda la tierra se quemará!

   Tawots tiró con más fuerza y esta vez salió victorioso, pudo cortar la cuerda.

   El Sol se remontó de nuevo hacia el cielo y desde entonces Tawots quedó reducido para siempre pequeño, como todos los conejos que conocemos.

   Sara Cone Bryant. El arte de contar cuentos. Edutorial Nova Terra

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