– ¡Mamá, mamá, corre, ven a la ventana! –gritó María.
– ¿Qué pasa?
– Mira. ¡En el jardín hay estrellitas voladoras!
– ¡Qué bonitas son! –contestó la mamá. Pero no son estrellas: son luciérnagas. Se suelen ver en las noches de verano.
– ¿Son peligrosas las luciérnagas!. ¿Pican? –preguntó María.
– No son nada peligrosas –contestó mamá.
María bajó al jardín. Al poco rato volvió a subir gritando:
– ¡Mamá, mamá!. He cogido una luciérnaga y la he metido en este tarro de cristal. La voy a poner en mi cuarto y así me alumbrará toda la noche.
– ¡Oh, pobre luciérnaga!. ¿Crees de verdad que te va a alumbrar?. ¿No ves que ya no tiene luz?
– Porque las luciérnagas tienen luz solamente en la oscuridad –dijo María. Apaguemos la luz y ya verás, mamá.
La mamá apagó la luz. Pero la luciérnaga del tarro no daba ni un rayito de luz.
– ¿Y por qué no alumbra? –preguntó María.
– Porque está triste y se siente prisionera. ¿Qué harías tú si te encerraran?.
María comprendió que debía soltar a la luciérnaga. Se fue a la ventana y abrió el tarro. La luciérnaga salió volando dejando un rastro de luz.
(Silvana Carnevali)