Lección de 38. Los animales eligiendo rey

Fenelón fue un escritor francés de mucha fama. Ya sabéis que los animales no han  hablado jamás, pero los poetas y los escritores los personifican y los presentan como si fuesen seres que razonasen.

   Dice que había muerto el león único que hubo en un gran  bosque.

   Todos los animales, en cuanto supieron la noticia, corrieron hacia la caverna del regio difunto para dar el pésame a la leona viuda que rugía inconsolable dejándose oír desde las montañas más distantes.

   Después de haber hecho esta visita de cortesía y cumplido, se reunieron todos en un lugar inmediato para proceder a la elección de rey. La corona del león difunto estaba en medio de la asamblea.

   El primero que habló fue el cachorro del león, un leoncito de pocos meses que ya quería ser rey y que, al parecer, la muerte de su augusto padre no le impidió salir de casa.

   «Dejadme crecer, decía, y ya veréis cómo sabré reinar bien y me haré temer y respetar. Durante este tiempo que me falta para la mayor edad y para el completo desarrollo de mis dientes y de mis uñas , yo me dedicaré a estudiar la historia de mis antepasados para que algún día los iguale o los supere en gloria».

   – Yo, dijo el leopardo, protesto por las ambiciones de este mocosuelo; es demasiado pequeño y demasiado débil para obtener la realeza sobre tantos y tan fieros animales. Pretendo que la corona sea para mí porque soy el animal que más se parece en todo al león.

   – También yo sostengo, añadió el oso, que se me haría una gran injusticia si prefiriéseis al leoncito; yo soy más fuerte, más valiente y tan  carnicero como él y, además le llevo una ventaja: que sé trepar por los árboles y él no.

   – Estáis obcecados y ciegos, amigos míos, barritó el elefante. ¿Acaso puede alguien disputarme la gloria de ser el más grande, el más fuerte y el más bravo de los animales?

   El caballo hizo una pirueta muy graciosa y dijo que el más noble y el más hermoso de todos era él.

   – ¿No es la astucia, dijo el zorro, una de las cualidades más preciosas para ser rey? ¿Acaso no sabéis que nadie de vosotros me supera ni me alcanza en ser astuto?

   – Yo soy el animal más corredor entre todos los conocidos, dijo el ciervo.

   – ¿Y dónde hallaréis un rey más simpático y más ingenioso que yo? -añadió un mono. Sabré divertir continuamente a mis súbditos y, además me parezco mucho al hombre que es el verdadero rey de la naturaleza.

    Entonces el loro habló de esta manera: «Si tú te envaneces porque te pareces al hombre, también yo tengo con él semejanzas que tú no posees. Si te pareces algo, solo es por tu feo semblante y por algunos gestos ridículos. Yo casi me igualo a él porque tengo voz y hablo, cosa que denota inteligencia y razón y es el más bello adorno del hombre».

   – Cállate, maldito hablador, repuso el mono; tú hablas pero no como el hombre. Siempre dices la misma cosa y ni esa misma cosa la comprendes.

   Por fin, la asamblea no quiso aguantar más discursos de los pretendientes y se burló de estos dos que querían igualarse al hombre en perfección. Procedieron a votar secretamente y la corona recayó, por gran mayoría de votos, en el elefante.

   Los animales eligieron por su rey a este proboscídeo porque es el más grande de los animales terrestres, el de más fuerza, el de más sabiduría entre ellos y el menos cruel de las bestias salvajes. No tiene la vanidad tonta de los otros animales que quieren parecer lo que no son; tiene costumbres ordenadas e higiénicas.

   Los elefantes se bañan periódicamente en los grandes ríos y van a morir a lugares apartados y escondidos que eligen de antemano y que se conocen con el nombre de cementerio de elefantes.

   Quizá ignoréis una cosa muy curiosa de estos animales. Mueren derechos sobre sus cuatro enormes patas y, después de muertos, permanecen en esa posición durante algún tiempo. Su gran  masa queda en un equilibrio bastante estable hasta que  la descomposición forma un montón de huesos, de piel y de marfil.

   Debéis saber algunas anécdotas y no pocos cuentos de estos animalazos, ¿verdad?

   Pedro Arnal Cavero

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