-Yo os ayudaré -dijo Dorotea-: me pondré mis ropas de mujer y haré
de princesa con mucha propiedad, porque he leído más de una docena
de libros de caballerías y conozco muy bien las costumbres de las
princesas.
De modo que, cuando Sancho Volvió, se encontró frente a frente con
la mujer más bella que había visto en su vida. Dorotea se había puesto
un manto precioso que redoblaba su hermosura y llevaba un collar de
esmeraldas que parecía digno del cuello de una reina.
-¿Quién es esta fermosa doncella? -preguntó.
-Es la princesa Micomicona -le respondió el cura- que busca a don Quijote
para pedirle que la vengue de un gigante y promete pagarle el favor con
muchas riquezas.
-¡Dichoso hallazgo! -exclamó Sancho Panza-. ¡Ya verá qué pronto mata
mi señor a ese hideputa de gigante!
Cuando llegaron por fin junto a don Quijote, lo encontraron más flaco y
amarillo que nunca, porque llevaba tres días pegando brincos y dándose
cabezadas contra los árboles sin comer otra cosa más que hierbas. Dorotea
se le acercó en compañía del barbero de las falsas barbas y se arrodilló
diciendo:
-Oh valeroso caballero!, no me levantaré de aquí hasta que me
otorguéis un don que quiero pediros.
-Yo vos lo concedo siempre que no haga daño a mi patria ni a mi señora
Dulcinea del Toboso -respondió don Quijote.