Sancho no podía creerse lo que estaba oyendo.
-Pero, ¿es que va a dejar plantada a una princesa para irse con la hija
de Lorenzo Corchelo? -exclamó-. ¡Así jamás seré gobernador!. Pero
¿no ve que Aldonza Lorenzo no le llega a doña Micomicona ni a la suela
del zapato?
Al oír aquello, don Quijote se irritó tanto que levantó la lanza sobre
Sancho y le soltó dos buenos palos en las espaldas.
-¡Villano, majadero! -gritó-. ¡Retira lo que has dicho de Dulcinea o te
quedarás sin la ínsula que he ganado para ti!
-Lo retiro, señor -dijo Sancho poniéndose de rodillas-, y perdóneme, pero
es que yo no sé callarme cuando una cosa me viene a la punta de la lengua…
-Ya lo sé, Sancho. y perdóname tú también, pues no logro reprimirme
cuando alguien habla mal de la señora de mi alma.
Satisfechos los dos, el grupo se puso en camino y, nada más salir de Sierra
Morena, se les unió el cura, que fingió que pasaba por allí por pura casualidad.
Aquella tarde, el barbero cayó por accidente de su caballo y perdió de golpe
sus barbas postizas, con lo que estuvo a punto de dar al traste con la
artimaña del cura. Don Quijote lo vio todo, pero le dio una explicación acorde
a lo que había leído en sus queridos libros: