Cuando el ventero vio los cueros rotos y el suelo encharcado de
vino, se enfureció tanto que saltó sobre don Quijote y empezó a
aporrearle la cabeza a puño limpio. Y sin duda se la hubiera partido
en dos de no ser porque el cura y el barbero lograron sujetarlo a
tiempo. Pero ni aun así despertó don Quijote, de modo que maese
Nicolás le echó encima un jarro de agua fría para que abriese los
ojos de una vez.
Mientras tanto, Sancho se puso a gatas y comenzó a buscar por
el suelo la cabeza del gigante.
-Como no la encuentre -decía-, me quedo sin ínsula. Pero tiene
que estar por aquí, porque yo la he visto caer…
«¡Válgame Dios!», pensaban todos. «Está peor Sancho despierto que
su amo durmiendo».
En esto, don Quijote confundió la sotana del cura con las faldas de
Micomicona y se arrodilló ante él para decirle:
-Fermosísima princesa, el gigante ya está muerto.
Al oír aquello, Sancho Panza se puso en pie de un salto y gritó loco
de alegría:
-¿No lo decía yo? ¡Venga es ínsula, que Pandafilando está muerto y
requetemuerto!
Eran tantos los disparates que decían entre don Quijote y Sancho que
nadie podía aguantarse de risa. El único que estaba serio era el ventero,
que repetía una y otra vez:
-¡Por mi vida que esos cueros me los van a pagar!