Lección de 51. El barbero encuentra la albarda

Aquella noche, todos se fueron a dormir muy temprano, a excepción
de don Quijote, que decidió permanecer despierto para hacer guardia,
no fuese que algún amigo de Pandafilando se acercara al castillo con
ganas de venganza. Sancho, en cambio, durmió de un tirón según su
costumbre, y lo primero que hizo a la mañana siguiente fue visitar la
cuadra para ver a su asno, al que quería como si lo hubiese parido.
Y estaba acariciándole el hocico y diciéndole cosas bonitas cuando
sintió de repente que alguien se le venía encima y empezaba a
aporrearle la cabeza con mucha rabia.
  -¡Por fin te encuentro, maldito ladrón! -decía el aporreador-.
¡Devuélveme mi albarda ahora mismo!
   Y es que aquel desconocido era el barbero al que don Quijote y Sancho
le habían arrebatado la bacía y la albarda aquel día en que lloviznaba
sobre los campos. El buen hombre acababa de llegar a la venta y había
reconocido su albarda nada más verla, pero Sancho no le permitió que se
la llevase, sino que la defendió con tales puñetazos que le dejó al barbero
los dientes bañados en sangre.
   -¡Señor don Quijote, señor don Quijote -gritaba Sancho sin dejar de soltar
mojicones (puñetazos) a diestro y siniestro-, venga a ayudarme, que me
matan!

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