Nuestro barbero maese Nicolás, que sabía mejor que nadie de la
locura de don Quijote. decidió divertirse un rato siguiéndole la corriente,
así que le dijo al otro barbero:
-Señor barbero, como yo soy de vuestro mismo oficio, sé muy bien
cómo es una bacía, y os puedo asegurar que eso que don Quijote tiene
entre las manos es un yelmo.
-Así es -asintió el cura, que había entendido enseguida la intención de
su paisano.
-No hay duda de que es un yelmo -asintieron don Fernando, Dorotea y
todos los demás.
El barbero burlado se quedó de piedra.
-Pero, ¿es que estoy soñando? -dijo-. ¿Así que ahora resulta que mi
bacía es un yelmo? Debe de ser que estoy borracho, aunque me extraña
mucho, porque llevo dos días sin probar una gota de vino.
Viendo que tenía las de perder en la disputa, el barbero renunció a su
albarda y a su bacía y se dispuso a marcharse, con lo que la paz volvió a
reinar en la cuadra. Pero el diablo, que todo lo enreda, quiso que en aquel
mismo instante entrara por la puerta del establo una cuadrilla de la Santa
Hermandad, cuyo capitán le iba diciendo al ventero:
Vamos buscando a un desalmado que la semana pasada liberó a unos
galeotes. Es un hombre alto y seco, de rostro amarillo y piernas largas,
que lleva puesta una armadura más vieja que Matusalén y usa una bacía
como si fuera un sombrero…