Cuando Teresa Panza vio los cien escudos que su marido traía de
Sierra Morena, empezó a dar saltos de alegría, pero Sancho le
advirtió que aquello no era más que el comienzo, ya que muy
pronto volvería a los caminos y sería gobernador de una ínsula.
-Pues si por fortuna te ves con algún gobierno -le dijo Teresa-,
no te olvides de mí y de tus hijos, que Sanchico ya tiene edad de ir
a la escuela, y Mari Sancha quiere casarse.
-Estate tranquila, que yo la casaré con un conde, y la llamarán
«señoría» a todas horas.
-Eso no, Sancho. Mejor casémosla con Lope Tocho, que es un
mozo rollizo y se le van los ojos detrás de nuestra hija. Y olvídate
de los condes y las condesas, que son gente muy suya y nos
mirarían por encima del hombro.
Sancho repitió que quería casar a Mari Sancha con un conde, Y
Teresa insistió una y otra vez en que prefería por yerno a Lope
Sancho, así que se pasaron más de una hora discutiendo por lo que
no era más que viento y humo. Teresa acabó bañada en llanto porque
vería a su hija encerrada en un palacio, pero la tristeza se le esfumó
de pronto al día siguiente, cuando Sancho empezó a gastarse los cien
escudos en cosas para su casa y su familia.