-Los libros no lo dicen porque está claro como el agua, pero los caballeros
llevan siempre dinero y camisas limpias. Y los escuderos que los acompañan
cargan con vendas y pomadas por si han de curar las heridas de su señor.
-Buen consejo es ése -dijo don Quijote-, y prometo seguirlo en cuanto pueda.
Y así lo hizo: poco después de amanecer, decidió regresar a su aldea para
hacerse con dinero y camisas limpias y para tomar un escudero que lo
acompañara en sus aventuras. Y en eso iba pensando cuando vio venir a un
grupo de hombres y se propuso aprovechar la ocasión para rendir homenaje a
la hermosura de Dulcinea. De modo que se apretó el escudo contra el pecho,
alzó la lanza y se detuvo en mitad del camino.
-¿Qué queréis? -le preguntaron los viajeros al acercarse, viendo que aquel
hombre armado y de tan extraña figura no les dejaba pasar.
-¡Que confeséis que Dulcinea del Toboso es la doncella más fermosa del
mundo! -contestó don Quijote.
Al oír aquello, los viajeros no tuvieron duda alguna de que aquel hombre
estaba loco de remate. Uno de ellos, que era muy amigo de las bromas, le
contestó a don Quijote en son de burla:
-Señor caballero, nosotros somos mercaderes y vamos a Murcia a comprar
sedas. Jamás en la vida hemos oído hablar de esa tal Dulcinea del Toboso,
así que no sabemos cómo es. Pero mostradnos un retrato suyo y, aunque
sea tuerta de un ojo y le salgan espumarajos por la boca, diremos que es
la doncella más hermosa del mundo.