–Señor carretero -dijo entonces don Quijote-, dele palos a ese león
para que salga.
-El león tiene abierta la puerta -contestó el carretero, que se había
refugiado con sus mulas entre unos árboles pero lo estaba viendo todo-
y, si no quiere salir, es cosa suya. Dejadlo estar, pues ya habéis
demostrado vuestro coraje.
-Eso es verdad, así que ven a cerrar la puerta y a partir de ahora
proclama allá por donde vayas lo que ha pasado: que yo he esperado al
león y él no ha querido pelear por miedo de que le hiciese pedazos.
Y con esto acabó la aventura de los leones, de la que don Quijote
escapó con vida de puro milagro. Cuando Sancho vio que su amo
seguía entero, se frotó los ojos como si estuviera soñado, e igual
se asombrado quedó el Caballero del Verde Gabán, quien volvió con
su yegua y le dijo a don Quijote:
-Ahora vénganse a comer y a descansar a mi casa, que buena
falta les hace.
Cuatro días pasaron don Quijote y Sancho en el hogar del Caballero,
a quien muy pronto tuvieron por un santo, pues el buen hombre
adoraba a su familia, se mostraba muy caritativo con los pobres, no
murmuraba nunca de nadie y llevaba una vida de lo más tranquila y
ordenada. En realidad, tan solo le inquietaba una cosa: descubrir si
don Quijote era un cuerdo que tiraba a loco o un loco que hablaba
como un sabio. Pero, por más que lo estuvo observando durante
aquellos cuatro días, no sacó nada en claro, así que al final se dijo a sí
mismo: «Este don Quijote es un loco que a ratos se vuelve cuerdo, y su
caso es tan extraño que no podrían curarlo ni los mejores médicos del
mundo.