El día en que dejaron la casa del Caballero del Verde Gabán, don
Quijote y Sancho se cruzaron en su camino con unos cómicos que
viajaban disfrazados de un pueblo a otro. Y, cuando don Quijote vio
al Diablo entre el Rey y la Muerte, comenzó a decir:
-¿Has notado, Sancho, cuánto se parece el teatro a la vida? Pues
en las comedias uno hace de rey y otro de mendigo, pero, cuando se
acaba la función y los actores se quitan las ropas, el mendigo y el rey
son iguales. Y eso mismo pasa en la vida, donde unos nacen
emperadores y otros esclavos, pero, cuando llega la muerte y nos
desnuda, todos quedamos iguales en la tumba.
-También dicen que la vida es como el ajedrez -contestó Sancho-,
porque, durante el juego, cada pieza hace un oficio distinto, pero,
cuando termina la partida, todas se mezclan en una misma bolsa,
que es como dar con la vida en la sepultura.
-Cada día, Sancho, te muestras más sabio y menos simple.
-Será que algo se me ha pegado de vuestra sabiduría, que cae
sobre mi corta mollera como el abono en la tierra seca.
-Hoy hablas tan de perlas -serio don Quijote- como si no te hubieras
criado en el campo, sino en la corte y entre grandes señores.
Aquella noche, los dos andantes se refugiaron en un bosque de altos
árboles, donde toparon con otros dos hombres de su mismo oficio,
pues uno era caballero como don Quijote y el otro era escudero como
Sancho. Y mientras los dos caballeros empezaban a charlar sobre las
grandezas de su aventurera profesión, los criados se apartaron de sus
señores para hablar escuderilmente. Sancho dijo que lo peor de su
oficio eran los días que pasaba sin comer, a lo que contestó el
Escudero del Bosque:
-Pues no sufráis, que esta noche cenaréis como un rey.
Y sacó una empanadilla muy grande de conejo y una bota de vino,
de las que Sancho comió y bebió sin hacerse de rogar.