Lección de 80. Los títeres de maese Pedro

Y yo os honraré como merecéis -anunció el titiritero-
representando mi retablo (teatrillo) ahora mismo y de balde.
   -Este maese Pedro -le dijo entonces don Quijote a Sancho en un
susurro- debe de haberle vendido su alma al diablo a cambio de que
le diese al mono el don de adivinar.-Eso debe ser -respondió Sancho.
   Pero ninguno de los dos llegó a sospechar que en todo aquello
hubiera gato encerrado. En realidad, el mono no adivinaba nada,
pero estaba amaestrado para subirse al hombro de su dueño y mover
la boca como si hablase. Y lo que pasaba es que, antes de entrar en
un pueblo, el muy pícaro maese Pedro se informaba de las cosas que
habían pasado en él, con lo que siempre acertaba en sus
contestaciones, y así fue como se enteró de que don Quijote y Sancho
estaban en la venta.
   Pero lo que no se podía negar a maese Pedro era que tenía mucha
gracia para manejar sus títeres. Aquella noche representó la historia de
Melisendra, con la que dejó encandilados a don Quijote y a todos los
otros huéspedes de la venta. Melisendra era raptada por unos moros y
su marido lograba rescatarla sacándola en volandas por el balcón de un
palacio. Pero los moros descubrían a la pareja y corrían tras ella con un
poderoso ejército. Y sucedió que, cuando don Quijote vio y oyó a tanto
moro detrás de aquellos dos cristianos inocentes que se querían tanto,
se levanto de golpe, desenvainó su espada y se puso a gritar:
   -¡Deteneos, malnacidos, o conmigo sois en batalla!
   Y, diciendo esto, saltó sobre el retablo y comenzó a acuchillar a los
títeres con tanta furia que los descabezó a casi todos. Y el propio maese
Pedro, que estaba tras el retablo, habría perdido su cabeza de no ser
porque logró encogerse a tiempo.
   -¡Deténgase, señor don Quijote -gritaba-, que lo que está viendo son
muñecos y no moros de verdad! ¡Ay, pecador de mí, que me deja sin
negocio! 

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