Lección de 97. El doctor de Tirteafuera

   Muy temeroso quedó Sancho con aquellas noticias, pues no sabía
que eran simples embustes del duque para meterle miedo. Sin
embargo, la inquietud le duró muy poco, porque enseguida se lo
llevaron a comer y el mayordomo lo sentó ante una mesa llena de
apetitosos manjares. Había una olla de cocido que humeaba,
cazuelas de conejo guisado y de ternera en adobo y grandes
fuentes rebosantes de frutas. A Sancho se le alegraron los ojos
con la comida, pero antes de que pudiera probar nada, se le puso
al lado un personaje muy serio y estirado que le dijo:
   -Yo soy el doctor Pedro Recio, natural de Tirteafuera, y tengo el
deber de velar por vuestra salud, así que no se os ocurra probar
nada de lo que hay en esta mesa, porque todo son alimentos que
hacen mala digestión.
   -Por eso no sufráis -respondió Sancho-, que yo puedo comer de
todo porque tengo el estómago acostumbrado a vaca y tocino,
nabos y cebollas.
   -Pues aquí solo comeréis unas láminas de hojaldre y unas
tajadicas finas de carne de membrillo, que todo hartazgo es malo
y el poco comer os avivará el ingenio.
   Cuando Sancho oyó aquello, le vino a la memoria la carta del
duque, y entonces se dijo: «¡Vete con ojo, Sancho, que este es sin
duda el enemigo que ha venido a matarte, y con la peor muerte de
todas, que es morir de hambre». Así que le dijo al médico:
   -Doctor Pedro Recio, natural de Tirteafuera, salid de aquí ahora
mismo y dejadme comer o cogeré un garrote y os echaré a palos
de la ínsula.   

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