
Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, estadas cerradas las puertas del lugar donde se había reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo:
– La paz sea con vosotros. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor se alegraron los discípulos. Les dijo de nuevo:
– La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió así os envío yo. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos. (Juan 20, 19-23).
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«Para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin la inspiración del Espíritu Santo: con él se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo» (Mystici Corporis).
(Pintura: Incredulidad de Santo Tomás. TERBRUGGHEN, Hendrich. Museo Rijks. Amsterdam).