
Jesús dice a la multitud t a sus discípulos:
– Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos. Guardaos, pues, y haced todo lo que os dijeren; pero nunca obréis como ellos obran; porque dicen y no hacen. Todas sus obras son para ser vistos de los hombres. Quieren los primeros puestos en los convites t en las Sinagogas y que les llamen maestros. Uno solo es vuestro Maestro, el Cristo. Y después les dice:
– Mas, ¿ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis el Reino de los Cielos y no vosotros entráis ni dejáis entrar a los que entrarían! Y después les dice los ocho anatemas que empiezan así:
– ¡Ay de vosotros…! Y termina diciendo: ¡Jerusalén! ¡Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise recoger tus hijos, como la gallina recoge a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí que os quedará desierta vuestra casa. ( Mateo 23, 1-39; Marcos 12; Lucas 20).
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Frente a la apetencia de honores que mostraban los fariseos, el Señor insiste en que toda autoridad, y con más razón si es religiosa, debe ser ejercida como un servicio a los demás. Y, como tal, no puede ser instrumentalizada para satisfacer la vanidad o la avaricia personales. La enseñanza de Cristo es absolutamente clara: «El mayor entre vosotros sea vuestro servidor».
(Pintura: Cristo en el lago de Genesaret. DELACROIX, Eugene. Walters Art Museum. Baltimore).