Vencer la timidez no es cosa de un día. Es una batalla difícil en la que no hay que perder la esperanza y en la que también hay que saber perder con deportividad, perdonándose a uno mismo, darse la mano y tirar otra vez hacia delante. Para empezar, hay que renunciar seriamente a encerrarse en los recuerdos o imaginaciones de las horas felices porque los tímidos casi siempre mezclan sus miedos con la satisfacción casi continua de ese deseo de replegarse al calor de la propia soledad.
De entrada, no tengas tanta envidia de ése o de ésa que son tan extrovertidos, tan graciosos, tan ocurrentes…; con tanto afán de protagonismo quizá.
Después, hay que luchar activamente contra la timidez, sin dejar que se prolongue ese estado de indecisión. Porque el tiempo, efectivamente, pasa. Y si te encierras en ti mismo, no vives. Y cada vez te será más difícil salir. No huyas de la guerra del vivir. Sal de ese dulce sueño, pero de verdad.