Lección de Creación de los ángeles

Dios formó al hombre de barro de la tierra y le inspiró en el rostro un soplo de vida, y quedó hecho el hombre, ser con alma viviente. Desde entonces el hombre tiene inteligencia para conocer y voluntad para escoger libremente. Creó al hombre a su imagen y semejanza.

    Dios lo puso en un paraje encantador, el Edén; en un jardín con ríos y árboles, para que lo trabajara. En el centro de este vergel había dos árboles: el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal.

    Comiendo del primero, su fruto le daba la inmortalidad.

    Pero el segundo le produciría la muerte. Dios, prohibiéndoselo, le advirtió:

    -El día que comas de él, morirás sin remedio.

    Adán era el primero y el único hombre sobre la tierra. Gozaba de la compañía y amistad de Dios. Su cuerpo le obedecía sin fatiga. Hiciera lo que hiciera nunca se cansaba. Disfrutaba viendo los animales y les puso nombre a todos ellos. Era muy feliz y tenía a su disposición todo cuanto pudiera desear. Pero se dio cuenta de que no tenía ningún semejante a él, y entonces se sintió muy solo.

    Dios puso remedio a su soledad: lo durmió profundamente, le extrajo una costilla, y con ella formó a la mujer. Al verla Adán se alegró con su presencia y dijo:

    -Esto sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne

    Adán y la mujer andaban desnudos sin sentir vergüenza. Dios los visitaba y paseaba con ellos por aquel paraíso. Así de felices tenían que ser, hasta que Dios se los llevara al cielo, sin pasar por la tristeza de la muerte.

    Y el árbol de la ciencia del bien y del mal estaba allí, en medio del jardín, para probar su obediencia a Dios.

                (Génesis 2)

    (Texto adaptado por D. Samuel Valero. Biblia infantil. Editorial Alfredo Ortells, S.L. Valencia. pág. 26) 


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