Lección de Cristo revela quién es el hombre

Dice el Concilio Vaticano II que «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación» (Gaudium et spes, 22). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre -hombre perfecto-, enviado por Dios Padre para salvarnos y darnos ejemplo, es como el espejo en el que el hombre puede saber quién es y a qué vocación ha sido llamado por Dios.

Sentido de la vida y vocación del hombre

   El hombre ha sido creado por Dios, y es la única criatura de la tierra a la que Dios ha amado por si misma. Dotada de alma espiritual -con entendimiento y voluntad-, la persona humana está desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la eterna bienaventuranza o cielo. El hombre consigue su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien. En consecuencia, hemos sido creados por Dios, y el sentido de la vida está en caminar hacia Dios para vivir eternamente con Él: ésta es la vocación del hombre.

Vivir de acuerdo con la vocación

   El hombre debe vivir de acuerdo con la vocación a la que ha sido llamado por Dios; debe seguir la ley moral que Dios mismo ha puesto en lo más íntimo de cada persona y que le intima: «Haz el bien y evita el mal». Todos deben seguir esta ley que resuena en la conciencia, porque es ley universal e inmutable. El cristiano conoce el camino para alcanzar la eterna bienaventuranza: cumplir los mandamientos.

La libertad del hombre

   Pero el hombre es libre; y siendo nuestra libertad débil, puede obedecer -y también desobedecer- la voz de Dios que le ha dado la libertad para que sea libre de verdad, sin coacción alguna, porque quiere que se decida por Dios. La libertad es la raíz del acto humano, y por eso el hombre es responsable de las decisiones que voluntariamente adopta. A veces, la responsabilidad de una acción puede quedar disminuida -incluso anulada- por la ignorancia, la violencia, el temor y otros factores psíquicos y sociales.

    Debido al pecado original, el hombre conserva el deseo del bien pero la naturaleza humana está sujeta al error e inclinada al mal en el ejercicio de su libertad. Por eso hay que amar la libertad y defenderla, pero también hay que educarla para que sea «la libertad que Cristo nos ganó» (Gálatas 5,1).

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