a) Respeto a la vida ajena. La misma razón que obliga a respetar la vida propia, exige el respeto de la vida ajena: cada hombre es criatura de Dios, de quien recibimos la vida, y sólo Él es dueño. Este derecho a la vida es conculcado en el homicidio y el aborto, que son crímenes horrendos contra Dios y contra el hombre.
Dios es siempre el autor de la vida, también de la vida de los animales y plantas, y no se les puede matar a no ser porque son útiles y necesarios para alimentarnos, pero sin ensañarse causando dolor inútil o martirizándolos.
b) El respeto a la convivencia. El quinto mandamiento prohíbe no sólo matar, sino todo lo que va en contra de los demás: odio, envidia, enemistad, discordias, riñas, venganzas, peleas, desear el mal a alguien, alegrarnos si vemos que los demás sufren o lo pasan mal, insultar… El Evangelio proclama bienaventurados a los amantes de la paz, y una manifestación de ese espíritu será rezar para que no haya guerra entre los hombres.

El cristiano tiene que perdonar de corazón las injurias que se le hacen, «no siete veces, sino setenta veces siete» (Mateo 18,22); es decir, siempre. Igualmente ha de saber pedir perdón de las ofensas que él pueda hacer a los demás; no es ninguna humillación, sino demostrar con obras que se tiene un corazón grande.
c) El pecado de escándalo. Por atentar contra el bien espiritual del prójimo, el escándalo es un pecado contra el quinto mandamiento. Escándalo es toda palabra, obra u omisión que incita a otros a pecar: malas conversaciones, blasfemar, enseñar fotos o libros inconvenientes, utilizar vestidos indecorosos, no ir a Misa… Esos ejemplos provocan el pecado en quien los observa o padece, y por eso dijo Jesús refiriéndose al que comete escándalo: «Más le valiera que atándole una rueda de molino al cuello, le arrojasen al fondo del mar» (Mateo 18,6). Hemos de huir de los que enseñan o empujan a pecar haciendo el oficio del demonio; y, si hubiéramos cometido ese pecado, hay que pedir perdón y reparar el daño.
Ayudar a los demás en sus necesidades
Para vivir el sentido positivo del quinto mandamiento hay que querer al prójimo, ayudándole -con el ejemplo y con la palabra- a resolver sus necesidades, tanto materiales como espirituales.
Las obras de misericordia recuerdan cuáles son las principales necesidades, y en socorrerlas podremos demostrar la verdad de nuestro amor al prójimo.