Lección de Dios concede a todos la gracia necesaria para salvarse

Dios concede a todos la gracia necesaria para salvarse porque «quiere que todos los hombres se salven» (1 Timoteo 2,4). Los que se condenan, se condenan porque no han correspondido a las gracias que Dios les da.

    El que Dios conceda más gracia a unos que a otros depende del amor de Dios y, también, de nuestra correspondencia a la gracia. Dios nos concede más gracia si se la pedimos, si recibimos los sacramentos y si nos dejamos llevar por su gracia. Ocurre como en una familia donde los padres quieren muchísimo a sus hijos -darían por ellos su vida-, pero los tratan de manera diferente según conviene para su buena educación y según como se portan ante las órdenes y consejos que les dan. Por eso es tan importante la correspondencia a la gracia de Dios, a cada gracia de Dios.

Medios para crecer en gracia

   El cristiano no puede aspirar únicamente a conservar la gracia, sino que ha de esforzarse por aumentarla. El crecimiento es un signo de vitalidad y también la gracia -que es vida sobrenatural- pide crecer. Pero hemos de poner los medios que la desarrollan: la oración, los sacramentos y las buenas obras hechas por amor. Particularmente, al recibir los sacramentos podemos crecer en gracia, porque en ellos comienza, se desarrolla, o se recupera cuando se ha perdido, la gracia de Cristo. En consecuencia, la vida del cristiano debe ser, por su propio peso, vida de confesión y comunión frecuente.

Un firme propósito: vivir siempre en gracia de Dios

   Lo más precioso que tenemos los hombres en la tierra es la gracia. Una cosa es importante sobre todas: vivir como hijos de Dios; y una sola cosa es terrible: el pecado, es decir, separarse de Dios, morir sin su gracia  y perderse eternamente en el infierno. Como decía el clásico: «Al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada». Por eso hemos de hacer el propósito de vivir siempre en gracia de Dios, y aumentarla más y más. Si tenemos la desgracia de perderla por un pecado mortal, hay que confesarse en seguida para estar de nuevo en gracia de Dios (y, siempre, hacer cuanto antes un acto de contrición, con el propósito de confesarse).


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