
La afirmación de la paternidad divina es el primer artículo del Símbolo e inicia la confesión de fe en el misterio trinitario. Es símbolo es la confesión del misterio de la Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, único Dios, única esencia, en tres personas realmente distintas. Al hilo de la confesión de Dios uno y trino se proclaman también el misterio de la Encarnación, que realiza el Hijo de Dios para redimir a los hombres, y el misterio de la santificación, que se atribuye el Espíritu Santo.
Dios Padre todopoderoso
De las muchas perfecciones que podemos señalar en Dios, el Símbolo nos recuerda la omnipotencia, puesto que va a hablar de la creación, que es obra del poder y se atribuye al Padre. Pero también el Hijo y el Espíritu Santo son omnipotentes como el Padre, ya que la esencia divina es única y las tres personas son iguales en perfección.
Es muy necesaria la confesión de la omnipotencia de Dios porque con frecuencia le vienen al hombre las pruebas de la fe por el dolor y el mal, que no entendemos y cuesta aceptar. Pero Dios es Dios, omnipotente y clemente, que está cerca de nosotros con su Providencia para ayudarnos.
Padre nuestro
La revelación de la paternidad divina en el misterio inefable de la Trinidad de personas en la única esencia nos facilita el camino para comprender que Dios es también Padre nuestro. Pero nunca lo hubiéramos imaginado, de no decírnoslo Dios mismo. Fue el Señor quien dijo a sus discípulos: «Vosotros orad así: Padre nuestro» (Mateo 6,9), y es una noticia que corre por todo el Nuevo Testamento. Es evidente que la filiación del Hijo de dios y la nuestra son distintas. Jesús es el Hijo de Dios por naturaleza, de la misma naturaleza del Padre, Dios verdadero de Dios verdadero; nuestra filiación respecto a Dios es por adopción, mediante el don sobrenatural de la gracia que se nos infunde en el bautismo. Por eso, aun siendo grande la dignidad de la criatura humana, hecha a imagen y semejanza de Dios en el orden natural, no se puede comparar con la dignidad de la gracia, que nos hace hijos adoptivos de Dios.