
Aristóteles decía que amar es querer el bien para el otro. Ese bien consiste en procurar que el otro sea mejor, que crezca por dentro, que se perfeccione como persona. El amor benevolente aspira a que el otro consiga lo que puede y debe llegar a ser y a ayudarle a conseguirlo.
El amor benevolente, además de hacer feliz al amado, le hace valioso. Sabe detectar y cultivar en el otro cualidades que apenas se conocían, es decir, que estaban en estado potencial, esperando que alguien le ayudara a activarlas.
El amor es dar y recibir. Hemos de aprender a dar, es decir, pensar en el otro para hacerle feliz, ofreciéndole no solo lo material, sino la ternura, la confianza, la comprensión y la paciencia. Pero además de dar, también hay que aprender a recibir, o sea, aceptar y agradecer lo que da el otro cónyuge. Quien no sabe recibir se incapacita para dar en el futuro.
Otra característica del amor benevolente es que hace el bien al otro, pero en silencio, sin espectáculo. Es un amor callado.
(Pintura: Familia desayunando. BRAKENBURG, Ricardo. Colección privada)