
Jesús encontró a un ciego de nacimiento y se compadeció de él. Hizo un poco de lodo con su saliva, se lo puso en los ojos y le dijo:
– Anda, vete y lávate en la piscina de Siloé. El hombre hizo todo esto y se curó en el acto.
Entonces empezó a contar el milagro a sus vecinos y todo el mundo se enteró. Los padres del ciego se alegraron mucho al enterarse de la curación de su hijo y fueron a verle. Los fariseos preguntaron a los padres del ciego:
– ¿Es ciego vuestro hijo? Queremos decir si es ciego desde que nació. El padre contestó:
– Era ciego ciego desde que nació, pero ahora ve.
Entonces los fariseos hablaron con el ciego que había recobrado la vista y éste insistió en que solo un profeta podía haber hecho tal milagro.