
Los hombres, a través de la historia, han buscado a Dios, porque sólo en Él se encuentra la paz, la verdad y la alegría. El hombre es un ser religioso. San Agustín nos decía que «nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
Podemos conocer la existencia de Dios a través de la naturaleza. Observando las estrellas, las plantas y el resto de los astros que pueblan el firmamento vemos que son como piezas de un reloj gigantesco. Parecen que están quietos pero llevan una velocidad muy grande alrededor de sus órbitas sin desviarse nada.
Alguien ha hecho las piezas de ese reloj colosal; alguien lo ha puesto en marcha y alguien lo conserva a través de los tiempos. Ese alguien tiene que ser un ser dotado de un poder mucho mayor que el de los hombres. Ese alguien es Dios.