Lección de El desprendimiento de los bienes de la tierra

Cuando el hombre tiene entera su conducta moral, es decir, cuando impera la ley de Dios en el corazón, sobresale el desprendimiento de los bienes creados, porque el amor de Dios lo domina todo. Se percibe con fuerza aquello del Evangelio: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5,3). Por eso, el cristiano ha de orientar sus deseos en la línea de la esperanza teologal, para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no impida -en contra del espíritu de pobreza evangélica- buscar el amor perfecto.

La lucha contra el apego a los bienes terrenos

   El Evangelio exhorta a la vigilancia, y este campo requiere una particular atención, porque el apego a los bienes desplaza a Dios y desorienta la vida. El remedio está en fomentar el deseo de la felicidad verdadera, que se alcanza -aquí- viviendo en gracia de Dios por encima de todo; y después -en plenitud- en el cielo, viendo a Dios y gozando de Dios. La esperanza de que veremos a Dios supera toda felicidad. Y para contemplar y poseer a Dios hay que mortificar la concupiscencia  con ayuda de la gracia de Dios, venciendo la seducción del placer y del poder.

Hay que amar y cumplir los diez mandamientos

   El décimo mandamiento desdobla y completa el noveno. Al prohibir la codicia del bien ajeno ataca la raíz del robo, de la rapiña y del fraude, Prohibidos en el séptimo mandamiento. Si no se domina la concupiscencia  de los ojos se llega a la violencia y a la injusticia, prohibidos en el quinto precepto. La codicia tiene su origen, como la fornicación, en la idolatría condenada en los tres primeros mandamientos de la Ley. El décimo mandamiento se refiere a las intenciones del corazón; resume, con el noveno, los diez mandamientos de la ley de Dios.

    Al terminar este estudio de los mandamientos se advierte que, efectivamente, son un regalo de Dios al hombre. Jesucristo enseñó a cumplirlos y proclamó las bienaventuranzas para saber el espíritu con que hay que cumplirlos. Los mandamientos señalan el camino del cielo de forma clara y sencilla. Muestran cómo amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo por amor a Dios.

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