Lección de El estudiante y el notario

Cierto joven, recién salido de una escuela moderna, se permitió en una reunión de amigos negar la existencia de Dios. Un notario tomó la palabra:

   – Veamos, amigo mío, el universo existe. ¿Quién lo ha creado? ¿El hombre? Evidentemente no. ¿Se ha creado a sí mismo? Tampoco: una casa, por modesta que sea, no se construye sola, se requiere un obrero que reúna los materiales y los coloque ordenadamente. Replicó el joven:

    – Permitidme, los seres se que componen el mundo se han dado la existencia los unos a los otros. Insistió el notario:

   – Muy bien, suponed una larga cadena vertical que llegue de la tierra al cielo y cuyos últimos eslabones se pierdan entre las nubes. Pregunto: ¿quién sostiene esa cadena y de dónde cuelga? ¿Creéis que bastará contestar que el primero de los eslabones, empezando desde abajo, cuelga del segundo, el segundo del tercero, y así sucesivamente, remontándose hasta las nubes? ¿Creéis que, una vez llegados allá, será posible admitir que la extremidad superior cuelga de las nubes sin que nadie la sostenga? Evidentemente no. Es menester un primer eslabón fijado en alguna parte para que sostenga los demás. De la misma suerte hay que remontarse, necesariamente, a un Primer Ser necesario que subsista por sí mismo, que posea en sí el principio de su existencia y pueda darla a los otros sin haberla recibido de nadie. Replicó a su vez el joven:

   – Pero, si suponéis un número infinito de anillos, la dificultad desaparece. Dijo el notario:

   – Amigo mío, ya se ve que no estáis muy versado en matemáticas; ¿ignoráis que el número infinito es imposible? Donde hay serie, hay número; se puede decir el primero, el segundo…; donde hay número, hay un principio, un punto de partida, un primer término, que es la unidad. Así, diez supone nueve, etc.; dos supone uno. Las series de los seres tienen, pues, un principio, no son eternas.

   Y aunque por un imposible os remontarais a lo infinito, sería siempre necesario llegar a un primer Ser subsistente por sí mismo, porque una infinidad de seres producidos es tan incapaz de producirse a sí misma como el último de los efectos. Multiplicad ceros hasta el infinito, y no tendrán nuca valor alguno: infinitos ceros no valen más que un solo cero. Multiplicad ciegos hasta el infinito, y no tendréis uno solo que vea. Las antorchas apagadas nunca darán luz, por numerosas que las supongáis. Si ningún ser existe en virtud de su propia naturaleza, si ninguno tiene en sí mismo el principio de su existencia, ningún ser puede existir. Ahora bien, el ser que posee en sí mismo, en su naturaleza, la razón de su existencia, es el Ser necesario, aquel a quien todo el mundo llama Dios. Luego hay un Dios, puesto que algo existe en este mundo.

   El pobre joven, avergonzado, no tuvo qué replicar.

(Pintura: Augusto y la adivina. CARON, Antoine. Museo de Louvre. París)

Volver a: Caracteres del Ser necesario