
Primera parte
Hay mucha gente que se aburre mucho. A veces tanto que, por ejemplo, incluso en su refugio televisivo tienen que esforzarse para no se engullidos por el zapping: van pasando continuamente de un canal a otro y en vez de poder elegir entre cinco programas distintos, al final resulta que todos les aburren y ellos mismos acaban arrastrados por esa posibilidad de pasar de un programa otro y no se enteran de lo que sucede en ninguno.
Están tan perezosos y aburridos que no tienen fuerza ni para divertirse. Dejan simplemente pasar las horas sin encontrar nada que les ilusione. Las tardes se les hacen interminables, dicen que todos los días son iguales, todo les cansa. Les cansa lo malo, y se cansan también de lo bueno. Y se aburren los que tienen poco, y se aburren los que tienen mucho.
Segunda parte
El problema no son los aburrimientos transitorios, sino el que toma posesión del estado habitual de ánimo, el de esa gente que con veinte años dice que ya lo ha visto todo y que todo le aburre.
El aburrimiento es una enfermedad difícil de curar. Hace poco leí que hay tres remedios contra este enfermedad del aburrimiento: el trabajo, el amor y el interés por los detalles pequeños. Y que esos tres remedios, además, sólo se venden en forma de semilla: que hay que tener un poco de paciencia, porque al principio son algo pequeños, pero luego crecen y acaban floreciendo e iluminando la vida.
El aburrimiento general no se combate divirtiéndose. Las diversiones pueden arrancar las hojas de la tristeza pero no arrancan su raíz. Las diversiones resuelven sólo pequeños instantes de aburrimiento.
La forma de resolver el problema global es enamorándose de la tarea que nos ocupa la mayor parte del tiempo que en esta vida pasamos levantados de la cama: trabajar. El que se entrega con generosidad al trabajo es difícil que conozca el aburrimiento.
Tercera parte
El trabajo es uno de los mejores educadores del carácter:
– a dominarse a uno mismo;
– a perseverar;
– a templar el espíritu;
– a olvidar tonterías y a muchas cosas más.
Interesa descubrir el valor grande de cosas que pueden parecer insignificantes. Nada es inútil. Todo es valioso. El encanto de una labor se encierra detrás de ese disfrutar terminando bien las cosas, cuidando esos detalles que hacen que nuestro trabajo sea un verdadero servicio a los demás.
Texto de Alfonso Aguiló. Educar el carácter. Ediciones Palabra. Pág. 165-167.