
Dios es santo, y su nombre también lo es porque el nombre representa a la persona. Así se explica que, si alguien pronuncia de forma irreverente el nombre de una persona querida, sintamos indignación. Es la razón de que cuando nombramos a Dios, no pensemos en unas letras que componen una palabra, sino en el mismo Dios, Uno y Trino Por eso hemos de santificar su nombre y pronunciarlo con gran respeto.
Los ángeles y los santos en el cielo alaban continuamente el nombre de Dios, proclamándolo santo, santo, santo. Nosotros pedimos en el Padrenuestro: «Santificado sea tu Nombre», y hemos de esforzarnos para que el nombre de Dios sea glorificado en toda la tierra
Cómo honramos el nombre de Dios
Honramos o santificamos el nombre de Dios cuando lo alabamos como Creador y Salvador, confesando ante los hombres que es nuestro Dios y Señor; escuchando con devoción o meditando la palabra de Dios; cuando damos gracias por todo lo que nos concede o pedimos con confianza su ayuda y protección; cuidando todo lo que está consagrado; cuando procuramos que Dios sea conocido, amado y honrado por todos; jurando con piedad, justicia y verdad, y cuando hacemos votos o promesas de cosas gratas a Dios con intención de cumplirlas.
El respeto de las cosas santas
En atención al nombre de Dios, que de alguna manera ostentan, hemos de respetar los lugares, las cosas y personas a Él consagradas. Son lugares sagrados los templos y los cementerios, que exigen un comportamiento lleno de respeto y dignidad. Son cosas sagradas el altar, el cáliz y otros objetos dedicados al culto. Son personas consagradas los ministros de Dios y los religiosos; por tanto, el Papa y los obispos merecen todo respeto -por lo que representan- y nunca se debe hablar mal de ellos.
Si se profanan cosas o lugares sagrados o se injuria a las personas consagradas a Dios, se comete un pecado de sacrilegio.