Lección de El orgullo

Primera parte

    A comienzos del siglo XX se construyeron para el tráfico transoceánico los mayores buques de pasajeros del mundo. En 1907, Inglaterra pone en servicio el Mauretania, de más de 30.000 toneladas, y su gemelo Lusitania. En 1911 les siguen los gigantescos Olimpic y Titanic, ya de 46.000 toneladas cada uno.

   El 15 de abril de 1912 iniciaba su primer viaje este último, un gran transatlántico de lujo, en cuya posibilidad de naufragio ya nadie pensaba. En su frontal alguien había escrito unas palabras de auténtica presunción: «Esto no lo hunde ni Dios.» Todo un símbolo de aquella mentalidad que creía ciegamente en su poder y desafiaba con orgullo a la furia de las aguas. Durante la noche, en el Atlántico Norte, choca con un iceberg y se hunde en sólo unos instantes: 1.517 personas hallan la muerte en  aquellas heladas aguas infestadas de tiburones.

Segunda parte

   Y también resulta tristemente ridícula la actitud -aunque por fortuna menos trágica- del chico o la chica presuntuosos a quienes la vanidad lleva a adoptar un absurdo aire de superioridad, que aparecen como personas engreídas, que repiten constantemente frases en primera persona: «Porque yo…, porque a mí…, porque como yo digo…, porque yo estuve en…, porque mi moto…, porque mi padre…, porque yo una vez…»

   Se las arreglan, además, para mencionar varias veces cada detalle de disimulada -o no tan disimulada- autoalabanza. Gadda afirmaba que en estos casos es difícil decir si es más grande el orgullo o la estupidez. A veces uno llega a pensar: ¿Y no tendrá esta pobre criatura un amigo una amiga que le diga al oído que está haciendo el ridículo…?

   -Es que, desde fuera, se ve a distancia. Pero uno mismo ya no se da cuenta tan fácilmente…

Tercera parte

   Por eso es interesante analizar esas actitudes para ver si también nosotros caemos en ellas, porque:

   – A lo mejor una persona que está siempre presumiendo cree que queda muy bien, cuando en realidad resulta muy antipática.
– O viste como un figurín de revista de moda y no se da cuenta de que va haciendo el ridículo.
– O va avasallando, pretendiendo humillar a los demás, y a lo mejor también cree que despierta admiración por su ironía, y en realidad sólo logra ganarse enemistades.
– O nunca cede porque piensa que siempre tiene razón, y aparece a los ojos de los demás como un mediocre que se cree de ingenio superior a todos.
– O cuando habla parece que está dando una conferencia, dándoselas de elevado, y no es más que un pedante que no sabe hablar sin afectación.
– O jamás admite tener culpa de nada y, a base de no querer oír hablar de sus defectos, acaba llegando a creer que no los tiene. Addison decía que la más grave falta es no tener conciencia de ninguna.
– O es de esos, prepotentes y arrogantes, que no saben ganar, o ser más hábiles o más inteligentes que otros, sin maltratar a esos menos agraciados (o, mejor dicho, a esos que ellos consideran menos agraciados).

Texto de Alfonso Aguiló. Educar el carácter. Ediciones Palabra. Pág. 178-181.


Select Level:
{{ currentLevel.width }}x{{ currentLevel.height }}
{{cell.letter}}
Volver a: Autoeducación (sopa de letras)