Era la serpiente el animal más astuto de todos cuantos había hecho el Señor Dios sobre la tierra. Y dijo a la mujer:
-¿Os ha mandado Dios que no comáis frutos de todos los árboles del paraíso?
-Podemos comer de todos menos del que está en medio del jardín. Nos ha dicho que si comemos de él, moriremos.
-¡No moriréis! Si coméis de él seréis como Dios, conocedores del bien y del mal.
Y la mujer, engañada por la serpiente, tomó de aquél fruto. Era apetitoso. Comió y le ofreció a Adán, que también lo probó.
Acababan de desobedecer.
Oyeron los pasos de Dios entre el follaje del jardín y se ocultaron. No soportaban su presencia. Sentían vergüenza de su desnudez y de su pecado. A las preguntas que les hizo Dios, ellos fueron echando la culpa del uno al otro: Adán a la mujer y la mujer a la serpiente. Dios castigó a Adán y Eva, y maldijo a la serpiente.

Les dio unas túnicas de piel y los arrojó del jardín del Edén. En la puerta puso dos ángeles querubines con refulgentes espadas para que no pudieran volver a él, ni comer más del árbol de la vida.
Adán puso a su mujer el nombre de Eva, que significa madre de los hombres. Ellos dos eran toda la humanidad, y todos los seres humanos pecaron con ellos. Por esto, todos nacemos sin la gracia de Dios, sujetos al dolor, a la fatiga y a la muerte. Aquel pecado sembró la malicia en el corazón de los hombres.
(Génesis 3)
(Texto adaptado por D. Samuel Valero. Biblia infantil. Editorial Alfredo Ortells, S.L. Valencia. pág. 28)