
Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro:
– Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió:
– Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo:
– Apacienta mis corderos. De nuevo le preguntó por segunda vez:
– Simón, hijo de Juan, ¿me amas?. Le respondió:
– Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo:
– Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: Simón. hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió:
– Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús:
– Apaciente mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías. Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió:
– Sígueme. Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba (Juan), el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús:
– Señor, ¿y éste qué? Jesús le respondió:
– Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva,?a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? (Juan 21, 15-23).
—
El propio San Pedro, en una de sus cartas, nos deja el testimonio de que la exigencia de la Cruz es necesaria par todo cristiano: «Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció por vosotros, dándoos ejemplo, par que sigáis sus pisadas» (1 Pet 2,21).
(Pintura: Apacienta mis ovejas. RAFAEL Sanzio. Museo Victoria y Alberto. Londres)