
Los fariseos, al ver que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo, y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle:
– Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le respondió:
– Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas. (Mateo 22, 34-40).
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Quien ama de verdad a Dios ama también a sus iguales, porque verá en ellos a sus hermanos, hijos del mismo Padre, redimidos por la misma sangre de Nuestro Señor Jesucristo: «Tenemos este mandato de Dios: que el que ame a Dios ame también a su hermano» (1 Iho 4,21). Hay en cambio un peligro: si amamos al hombre por el hombre, sin referencia a Dios, este amor se convierte en obstáculo que impide el cumplimiento del primer precepto; y entonces deja también de ser verdadero amor al prójimo. Pero el amor al prójimo por Dios es prueba patente de que amamos a Dios: «si alguien dice: amo a Dios, pero desprecia a su hermano, es un mentiroso» (1 Iho 4,20).
(Pintura: Regreso del hijo pródigo. MURILLO, Bartolomé Esteban. Galería Nacional de Arte. Washington).