Los primeros cristianos encontraban la razón de su heroísmo en la Eucaristía. La Confirmación les daba aliento y fortaleza para defender su fe hasta el martirio.
Tarsicio fue un niño que llevaba la Eucaristía a los que estaban encarcelados por causa de su fe. Cuando iba de camino se encontró con los compañeros de juego, que eran paganos. Le invitaron a jugar, pero no podía entretenerse porque llevaba al Señor. Sabían que era cristiano y, dándose cuenta de que escondía algo, le atacaron y golpearon violentamente, mientras él defendía el tesoro que le habían encomendado.
En ese momento pasó un soldado, que se llevó a Tarsicio para encarcelarlo. Aunque gravemente herido, dijo a los de la cárcel que les traía la Comunión. Así pudieron comulgar los que al día siguiente morirían mártires. Tarsicio también fue mártir de la Eucaristía.
Con esta fecha, con este respeto y amor trataban la Eucaristía los primeros cristianos.
El sacrificio eucarístico y la comunión
El sacrificio eucarístico o santa Misa es -a la vez e inseparablemente- memorial sacrificial que perpetúa el sacrificio de la cruz ofrecido al Padre, y banquete sagrado de comunión en el Cuerpo y Sangre del Señor; la celebración eucarística está también orientada a la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. Cristo, pues, se ofrece al Padre y se da a los hombres.
Jesucristo instituyó la Eucaristía como alimento de nuestras almas
Jesús prometió a los Apóstoles en Cafarnaún que daría a comer su carne para vida del mundo y prenda de vida eterna: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida: el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Juan 6,54-56).
En la última Cena se cumplió la promesa y el Señor instituyó la Eucaristía: «Tomad y comed; esto es mi Cuerpo» (Mateo 26,26). Es la afirmación clara de que el cuerpo de Señor está en la Eucaristía realmente y se nos da como alimento.
Los frutos de la comunión
La comunión sustenta la vida espiritual de modo parecido a como el alimento material mantiene la vida del cuerpo. En concreto podemos señalar estos frutos de la comunión sacramental:
– Acrecienta la unión con Cristo, realmente presente en el sacramento.
– Aumenta la gracia y virtudes en quien comulga dignamente.
– Nos aparta del pecado: purifica de los pecados veniales, de las faltas y negligencias, porque enciende la caridad.
– Fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.
– Cristo nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria futura.
Disposiciones para comulgar bien
Las disposiciones para recibir dignamente a Cristo son:
a) Estar en gracia de Dios, es decir, limpios de pecado mortal. Nadie puede acercarse a comulgar, por muy arrepentido que le parezca estar, si antes no ha confesado los pecados mortales. El pecado venial no impide la comunión, pero es lógico que tengamos deseos de recibir a Jesús con el alma muy limpia; de ahí que la Iglesia aconseja confesarse con frecuencia, aunque no tengamos pecados mortales. Si alguien se acercara a comulgar en pecado mortal, cometería un sacrilegio.
b) Guardar el ayuno eucarístico, que supone no haber comido ni tomado bebidas desde una hora antes de comulgar; el agua no rompe el ayuno y tampoco las medicinas. Los ancianos y enfermos -y los que los cuidan- pueden comulgar aunque no haya pasado la hora después de tomar algo.
c) Saber a quién se recibe. Puesto que se recibe al mismo Cristo en este sacramento, no podemos acercarnos a comulgar desconsideradamente o por mera rutina, o para que nos vean. Hemos de hacerlo para corresponder al deseo de Jesús y para hallar en la comunión un remedio a nuestra flaqueza.
Hasta en la compostura externa debe manifestarse la piedad y el respeto con que nos acercamos a recibir al Señor. Se comulga de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Jerarquía de la Iglesia y pida la devoción de cada uno.
La acción de gracias de la comunión
Jesús se ha quedado en la Eucaristía por amor hacia nosotros. La mejor manera de recibirle será realizar una buena preparación antes de comulgar y, conscientes del don recibido, dar gracias no sólo en el momento de la comunión sino a lo largo del día. Después de comulgar quedarnos en la iglesia u oratorio dando gracias, al menos unos minutos.
Obligación de comulgar y necesidad de la comunión frecuente
Comulgar realmente no es necesario para salvarse; si un niño recién bautizado muere, se salva. Pero Jesucristo dijo: «Si no coméis de la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Juan 6,53). En correspondencia con estas palabras, la Iglesia ordena en el tercer mandamiento que, al menos una vez al año y por Pascua de Resurrección, todo cristiano con uso de razón debe recibir la Eucaristía. También hay obligación de comulgar cuando se está en peligro de muerte; en este caso la comunión se recibe a modo de «Viático», que significa preparación para el «viaje» de la vida eterna.
Esto es lo mínimo, y el precepto debe ser bien entendido; de ahí que la Iglesia exhorte a recibir al Señor con frecuencia, incluso diariamente. Si algún día no podemos comulgar, es bueno hacer una comunión espiritual, expresando el deseo que tenemos de recibir al Señor sacramentalmente.
Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Navarra. 1982. Con la autorización de los autores.