
Antes hemos considerado que para educar a los hijos los padres han de quererlos sinceramente y desear para ellos lo mejor. También hemos visto la importancia del amor de los esposos entre sí y los criterios comunes de educación.
Pues bien, el fin de la educación es que los hijos, a su vez, vayan aprendiendo a querer, a amar.
Toda la vida del hombre debe confluir a desarrollar el amor y en caso contrario, la vida no tiene sentido. Por tanto, la tarea educativa de los padres ha de dirigirse a incrementar la capacidad de amar de cada hijo y evitar todo lo que le haga egoísta, cerrado en sí mismo y sin capacidad de perseguir el bien para los demás.
(Pintura: Una carta de amor. FRAGONARG. Museo Metropolitano de Arte. Nueva York).